January 10, 2011

La Casa de Roman Delgado



Aqui os dejo el ultimo articulo que escribí para la revista Aseguradores sobre Cuba. espero que os guste.
La casa de Román Delgado


En la Habana no corre la brisa, menos aún en los pueblos cercanos, al menos aquellos días de aquél año.

Una hoja muerta que cae de un árbol, apenas vuela, pero desde el suelo observa la gente pasar, las vidas, las horas, los perros, la salud, el amor y el dinero. Y la política. Porque la política pasa en Cuba y Cuba le pasa a la política.

Dicen las lenguas que hay cambios desde hace años, aunque disfrazados, ocultos, teñidos, marchitos, prohibidos. Cambios que no se lleva el viento porque no sopla, cambios que se posan en las aceras, densos, sólidos, pero que como un vaho que apenas trasciende, no acaban de llegar, no llegan. Uno que no sabe cómo era ni cómo será no sabe qué ha cambiado y qué sigue igual, y mira y cree que no ve nada o que no hay nada que ver.

Bien es cierto, que a veces los vientos del cambio y la ira envilecidos por un desasosiego global y años de sudorosa presión sobre sus espaldas dobladas, soplan huracanados, desbocados, cegados con los ojos en lagrimas y dolor de cabeza. Y así de perdidos arrasan sin sentido cualquier cosa a su paso hasta que se agotan y finalmente se tumban en la desolada calle del barrio de aquella ciudad en aquella isla.

Cuando se hace la calma, las puertas de las casas que no se llevó la marea, la guerra, el fuego ni el viento se abren y todo vuelve a rodar.

Pero la brisa del viento que no sopla en la Habana me lleva con la hoja raída del árbol enjuto hasta un caballero, de ojos inmensos como el cielo, corazón lleno de ron, alma de aventurero. El caballero se llama Juan, ha vivido al menos 3 vidas, no sabe si es gato, pero siente que aun le queda energía. A Juan me acerco en el malecón, le tiendo una bebida y el me regala un cuento sobre Cuba y los cubanos que no es de amor ni es de guerra, no es de nada y sin embargo yo me siento tan llena. Así dejamos el tiempo pasar, mientras miramos a los niños saltar y jugar. Veo que Juan mira al infinito y lo busco también - "ven que te llevo"- y de la mano me conduce hasta él, hasta Trinidad a casa de Román Delgado, un amigo de la infancia, que junto con sus padres me acoje en su hogar, me desdobla sus secretos, el olor de sus sábanas, su comida de mediodía, y cómo le gusta a su perro que le acaricien la barriga: fuerte y susurrándole algo al oído.

Llena de pudor europeo y mal individualista siento que no puedo estar con ellos todo el tiempo, que debo salir, dejarles un tiempo. Pero todos los caminos de Trinidad me devuelven al mismo sitio, o a algún otro sitio, desde el que también se puede llegar. Y también las gentes me indican cómo volver si acaso me pierdo yendo hacia aquello que no tiene perdida o no se puede perder: La casa de Román Delgado y su familia. Y yo acepto, no quiero perderlo, así que regreso y me quedo caminando con la vista.

La entrada de la casa es una una tienda de collares y muñecas. Compro muñequitas santeras para toda mi familia. Las quiero todas, porque de querer se llena el corazón y la mia es una familia antigua, de esas con hermanos y padres, tios y primos, y además están mis amigos.

En el cuarto Román Delgado me enseña su escopeta, posa con ella, como su padre posa junto a su esposa, como los chicos de la calle con sus bicicletas y sus gorras. Y yo por supuesto le retrato, pues no se posa si no hay nadie mirando, no hay orgullo si no hay nadie admirando.

Me quedaría en Trinidad de por vida, los parpados me pesan y cada segundo sabe dulce. Cuando respiro floto, y siempre sonrío. Pero sé que tengo que volver y Juan me lleva de regreso a la ciudad dónde todo pasa y no pasa nada. Cuando Juan se ausenta 10 minutos, un chico me pide que compre leche en polvo para su bebé, le sigo a una tienda, pago y me deja corriendo, frente al tendero con la leche en polvo. No me llevo la leche, no la quiero y con las manos colgando camino un poco. La policía me aparta y disuade hacia la derecha, son amables y no quieren que vea lo que no entendería. Veo cómo desahucian un edificio entero. Los niños lloran y yo claro, no entiendo. Un chico me convence de que me marche de allí y me explica que a su amigo universitario le detuvieron por acompañar a una turista que se había perdido al lugar donde quería ir. Confusa le animo a que se marche no vaya a ser, que se lo lleven a él también por acompañarme a mi. No se lo llevan pero él se va. Me quedo sola. Tengo un nudo en la garganta y decido beber algo, mientras escucho a unos turistas resentidos quejarse del ardid de un local que les costó 70cooks y otros que comentan anécdotas similares. Me voy de allí, me vuelvo al malecón y me quedo pensando en Trinidad, en Román y en su tienda de collares. Me vuelvo a casa, a España y sigo pensando en ellos.

Estos días mi corazón está lleno de luto y arrepentimiento cuando miro atrás hacia Cuba en el tiempo. Hice grandes amigos en esa tienda, a los que prometí escribir y enviar fotos, y contemplo las imágenes ya impresas sobre mi escritorio, desde hace tiempo, encima de un sobre, con el sello ya pagado, y no entiendo porqué he esperado o a qué.

Me pregunto si el viento furioso que nunca sopla en Cuba se los llevó volando y yo aquí, con sus imágenes en la mano, mantengo vivo en el espacio su existencia mágica. Quizá así es cómo funcionan las muñecas santeras y las 3 vidas de Juan, mientras alguien piense en ti, el viento no se te lleva, y mientras me acuerdo de Cuba quizá ésta no se desaparezca.


Trinidad

La Villa de la Santísima Trinidad fundada por la Corona española en Cuba, a principios de 1514 es una ciudad única dónde no hay recoveco sin encanto, mirada desperdiciada. Sus alrededores son de cuento con playas de ensueño y las montañas asombrosas, y en el aire flotan las historias de pasado, de piratas y corsarios.

La labor de conservación y restauración emprendida por los especialistas de esta zona del centro sur de Cuba, y el amor que profesan a su ciudad sus habitantes, ha propiciado que sea una de las ciudades coloniales mejor conservadas no sólo de Cuba, sino también de América, y ha sido por ella declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.

Trinidad es una ciudad museo, capaz de asombrar al turista más exigente.

La Habana

Se discute el origen del nombre de la Habana pero nada más, su bahía espectacular, su presencia y esencia son indiscutibles. Durante sus años de esplendor fue centro de admiración, tanto para los hijos de las Américas como para los de Europa y Asia gracias a sus amplios y elegantes bulevares y avenidas y también a sus callejuelas estrechas de nombres extraordinarios.

Fresca y llena de colores a uno le cuesta imaginar la de veces que la Habana ha resurgido gloriosa de sus cenizas y que ninguna tragedia haya podido ocurrir en esa tierra, no obstante sus gloriosos edificios coloniales en ruinas, sus zonas maltrechas y variedad de habitantes cuanto menos descontentos, le informan rápidamente a uno que no es oro lo que no reluce.

Entre penurias y glorias uno pasea por sus calles sin igual, vive la experiencia única de una tragedia griega a ritmo de son cubano.

1 comment:

  1. Te pido permiso para poder realizar un reportage tuyo en mi blog

    un abrazo desde Reus

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